- Corría la mitad del siglo XIX cuando a un hombre llamado Francisco de Paula, enfermo de alguna causa moral (seguramente depresión), le recomendaron los médicos viajar como distracción para remediar los males que no podían curar la medicina. El resultado fue un viaje por nuestro país pasando por nuestra querida Valencia, reflejando todo lo vivido en «Recuerdos de un viage por España». En sus ocho días en Valencia, dejaron escrita una curiosa anécdota histórica que titularon “la romántica curada”, además de explicarnos todo lo que vieron en la ciudad y sus alrededores, donde uno de ellos casi llega a perder el juicio por los amoríos de las valencianas, en especial de una chiquilla de la que relatan una curiosa historia.
El siguiente texto está extraído de la obra «Recuerdos de un viage por España», quien su autor, un granadino afincado en Madrid y de nombre Francisco de Paula Mellado, recorre ciudades de España entre 1849 y 1851 por recomendación de los médicos ante una enfermedad sin nombre de causa moral y que las medicinas no pueden curar desde 1846 (seguramente el pobre hombre tuvo depresión y/o algún trastorno). Este hombre, además de ser geógrafo, periodista y escritor, como curiosidad, fue el impresor de la primera enciclopedia en español. Respecto a su dolencia, según lo que deja constancia en la obra, era común por entonces que los médicos recomendaran viajes para la distracción cuando no había cura alguna para este tipo de enfermedades que no conocían.
Tal era su tristeza y debilidad que no llegó a emprender el viaje hasta que lo consideró en numerosas ocasiones. Cuando por fin se decidió, lo haría en compañía de su joven amigo Mauricio quien, tras una charla, aceptó recorrer España, aunque la idea del joven compañero era recorrer el extranjero.
Según Francisco de Paula, el objeto de su viaje era restablecer su salud, conocer su país, España, y recoger apuntes para publicarlos algún día, si encontrase fuerzas finalmente para esto último. La obra fue publicada por el Establecimiento Tipográfico de Mellado en Madrid, situado en la calle Santa Teresa nº8. De todo el viaje que dejó constancia Francisco de Paula, hemos recogido las páginas que hacen referencia a Valencia, que adjuntamos a continuación para que el lector pueda conocer como era aquella Valencia en 1850.
Nos saltamos las referencias hasta la llegada a la capital del Turia, donde toman el camino real que conduce desde Murviedro a Valencia, pasando por Rafel-Buñol (Rafelbunyol); Masamagrell, de quien dice que contiene un hermoso vergel; de la huerta y sus acequias, haciendo alusión al Tribunal de las Aguas; Emperador; Albalat dels Sorells; Bon-repos (Buen reposo), quien hoy conocemos por Bonrepós y Mirambell; el barranco de Carraixet, Tabernes Blanques, y Campanar; y pasando por el Monasterio de San Miguel de los Reyes, de quien dice que está «próximo á su ruina por el abandono en que se halla, y habitado solamente por algunas familias pobres».
El siguiente texto está copiado íntegro de las páginas 107 hasta la 114 de la cuarta parte de «Recuerdos de un viage por España», de Francisco de Paula Mellado (1849-1851), donde respetamos la ortografía de entonces, pudiendo encontrar el lector diferencias en acentuaciones, expresiones y palabras que hoy se escriben de forma diferente. En él se puede encontrar referencias de época, conversaciones, amoríos y una anécdota histórica de 1836 titulada la «romántica curada».
«. . .Valencia, como muchas de nuestras capitales, presenta por todas parles recuerdos de la dominación de los moros. Las calles muy estrechas y tortuosas, con objeto de evitar la entrada á los rayos del sol, la multitud de torres y jardines en que descuellan algunas palmeras, los frecuentes sonidos de la dulzaina morisca, y aun el trago de los labradores de la huerta, completan la ilusión de una ciudad árabe. En el dia se mejora bastante el anticuado aspecto de la población con nuevas construcciones á la moderna. Muchos y magníficos edificios religiosos y civiles embellecen á Valencia.
Siguiendo nuestra costumbre, empezaremos por los primeros, entre los que merece la preferencia la iglesia metropolitana, ó sea la Seo. Fué primero en tiempo de los romanos templo dedicado á Diana, después bajo la dominación goda iglesia con advocación de San Salvador; luego convertida en mezquita por los moros, devuelta al culto cristiano por el Cid Campeador, que la dio el título de San Pedro, después mezquita por segunda vez; y finalmente, fue purificada por Jaime el Conquistador, y dedicada á la Virgen como subsiste. Reedificóse en los siglos XIII y XVII, por lo que presenta una mezcla de arquitectura gótica y griega. Pertenecen á la primera la grandiosa torre de las campanas llamada el Miguelete, las puertas de los Apóstoles y del Patán, y la sala capitular, donde se ve la colección de retratos de todos los prelados valencianos, y una gran cadena que cerraba el puerto de Marsella, y que fué rota por las galeras de Alfonso V.

El interior de este templo, dividido en tres naves, está en su mayor parle adornado con jaspes. Comprende quince capillas, en las que hay muy buenos cuadros, obra de artistas del pais. La mayor es casi toda de mármol, y el altar forma un gran relicario cerrado con puertas que ostentan bellas pinturas. Al lado del presbiterio se ve colgado un trofeo histórico compuesto del escudo del rey don Jaime con los cuatro bastones rojos de Aragón, sus espuelas y el bocado de su caballo (El día que entró don Jaime en Valencia entregó estas prendas á Juan de Perlina, su caballerizo mayor, que las depositó en la capilla de San Dionisio. Hoy son, propiedad del marqués de Malferit, descendiente de aquel).
El coro, que está cerrado por una magnifica berja de bronce, contiene una buena sillería de nogal. Posee esta catedral un gran número de reliquias, entre otras el cáliz en que celebró Jesucristo la última cena, el cual fué trasladado de San Juan de la Peña, códices rarísimos y lujosos ornamentos. La longitud de todo el templo es de trescientos cincuenta pies, y la latitud en el cimero de doscientos diez y seis. El cimborrio es bastante elevado y de figura octógona. El clero debe constar de un arzobispo, siete dignidades, veinte y cuatro canónigos, diez pavordes, y doscientos treinta v tres beneficiados. También es parroquia, y como tal tiene un párroco y un vicario. Entre las otras parroquias sobresalen la de Santa Catalina, hermoso edificio que fué mezquita, adornado con una bella torre. Aqui se celebraban los certámenes y consistorios de los trovadores y hombres de la gaya ciencia, y aqui fue asesinado en 1843 el gefe político Camacho. La de San Esteban, que fué también mezquita, contiene el cuadro de Nuestra Señora de las Virtudes que el Cid llevaba en sus campañas, y una gran pila bautismal en que fueron bautizados San Vicente Ferrer, San Luis Beltran y el beato Nicolás Factor.
La iglesia patriarcal de San Bartolomé es digna de consideración por su magnificencia y antigüedad; pues fué fundada en el imperio de Constantino, y subsistió abierta al culto cristiano durante la estancia de los moros. Entro los muchos conventos que contaba esta gran ciudad, debemos mencionar á Santo Domingo, erigido por Jaime I el Conquistador, y que ostenta entre otras bellezas dos magníficas capillas denominadas de los Reyes y de San Vicente Ferrer, en donde están sepultados los padres de este santo, y un claustro gótico (por entonces ocupado por el parque de artillería y la capitanía general).
El Temple, que ocupa el solar del palacio de los reyes moros, que perteneció á los caballeros de aquella orden, y después á los de Montesa, es un edificio suntuoso y de moderna fábrica. La iglesia consta de tres naves y está adornada con columnas corintias. Aqui están establecidos el liceo valenciano y las oficinas de hacienda pública. El Betis, convento de San Pio V, está destinado á hospital militar.
En el de monjas de Santa Tecla se conserva intacta la gruta que sirvió de cárcel á San Vicente, y en la que sufrió el martirio. Hay en ella una bella estatua del santo, de mármol blanco. Entre las capillas ó ermitas merecen el primer lugar la de Nuestra Señora de los Desamparados, imagen de la mayor devoción en Valencia (De esta se refiere una tradición igual á la dé la cruz de Alfonso el Casto en Oviedo, pues se asegura fué fabricada por unos ángeles en trage de peregrinos), y la de San Vicente Ferrer en la misma casa en que nació este santo.
Los edificios públicos son numerosos y dignos de atención, como el palacio de la audiencia, donde se celebraban las cortes del reino de Valencia, y en cuyo magnifico salón de sesiones se ven los retratos de todos los que compusieron las celebradas en 1592; la casa de ayuntamiento, construida en los siglos XV y XVI , y en la que se conserva la espada del rey don Jaime, el pendón y llaves de la ciudad y la bandera de los moros; la lonja, bello y grandioso edificio gálico alzado sobre el palacio de una princesa mora; el muy suntuoso de la aduana, fabricado en tiempo de Carlos III; el inmenso del hospital general, el colegio del patriarca y el teatro, que es uno de los mejores do España, y que puede contener dos mil personas. Entre los edificios particulares figuran en primer término el palacio del marqués de Dos Aguas, el episcopal y de los condes de Parsent y de Cervellon. En este último se alojó Fernando VII en 1814, y en él firmó los célebres decretos que anulaban la Constitución, y que restablecían el tribunal del Santo Oficio. Aunque puede decirse que todos los alrededores de Valencia forman un inmenso jardín ó paseo de los mas deliciosos que pueden verse, debemos nombrar el lindísimo de la Glorieta, que está intramuros, que es el mas concurrido por la aristocracia valenciana, y los estensos jardines de la reina, en los que estaba situado el antiguo palacio real edificado por el rey don Jaime, y por delante de los que corre el paseo de la Alameda.
Concluiremos la descripción de esta hermosa ciudad, haciendo nuestro acostumbrado resumen. Es Valencia capital del reino y provincia de su nombre, que comprende diez y ocho partidos, tres ciudades, ochenta y dos villas y ciento noventa lugares; de un partido judicial con cuatro juzgados, de una audiencia, de un arzobispado que tiene cuatro obispados sufragáneos, y que se compone de cuatrocientas treinta y nueve parroquias y anejos, una catedral y dos colegialas; de una capitanía general, que estiende su jurisdicción á los reinos de Valencia y Murcia; do un tercio naval y de un departamento de artillería. Tiene la ciudad seis mil trescientas cuarenta y cinco casas, distribuidas en cuatrocientas treinta y una calles y ciento treinta y dos plazas (Entre estas es muy notable la llamada del Cid, que es simétrica y circular) y plazuelas, una ciudadela, fortificaciones antiguas, ocho puertas y portillos, quince parroquias, veinte y seis conventos que fueron de frailes, veinte y uno de monjas (De estos solo existen diez y seis), diez y siete ermitas, tres hospitales, dos casas de beneficencia, una universidad, doce colegios, un instituto de segunda enseñanza, academias, un conservatorio de artes, un museo, otras muchas sociedades y establecimientos científicos, una maestranza de caballería, dos bibliotecas públicas, ocho archivos, de los que es el principal el titulado del reino, un teatro, un hipódromo, un reñidero de gallos, un presidio, una galera, dos cárceles y multitud de fábricas de todas clases, de las que ciento setenta y cuatro son de tegidos de seda. La población sube á sesenta y seis mil trescientas cincuenta y cinco almas. El Turia ó Guadalabiar, que lame los muros de la ciudad, está atravesado por varios puentes de hermosa fábrica, y algunos adornados de estatuas.
Mucho nos sorprendió el que en esta culta y grandiosa capital estuviesen las calles sin empedrar; pero al preguntar la causa, se nos contestó que depende de la creencia de los labradores de que el polvo es el mejor abono para las tierras de la huerta, lo que hace el piso intransitable en tiempo de lluvias. También nos llamó la atención la circunstancia de haber en las mas de las calles un pequeño altar ó retablo que contiene la efigie del santo titular de cada una de ellas, ó los que se celebra una función mas ó menos suntuosa.
Ningún viagero llega á Valencia que no vaya á visitar el Grao, que es su puerto. Nosotros, conformándonos con esta costumbre, recorrimos en carruage la hermosa alameda de cerca de una legua, que sirve de camino á aquella población, que se compone de quinientas treinta y siete casas, y que está situada en la ribera del mar. Hay una aduana, cuyo edificio es bastante mezquino, y un lazareto de muy moderna construcción, y que ofrece las comodidades necesarias. El puerto, que apenas merece este nombre por el ningún abrigo y seguridad que en él hallan los buques, está bastante abandonado. En los últimos años del siglo pasado se comenzaron grandiosas obras para construir muelles que formasen un puerto artificial; pero después de haber consumido la enorme cantidad de ciento sesenta millones de reales, se paralizaron por los escasos resultados que ofrecian. La causa de esto son las muchas arenas que arrastra el Turia, que aumentándose allí disminuyen de continuo el fondo del mar. Aquel dia, de vuelta á Valencia, asistimos á un aristocrático soiree que en nada desmerecía de los de la corte, tanto por lo escogido de la concurrencia, como por la elegancia en el trage y fino y amable trato de las bellísimas jóvenes valencianas. De cierta dama, casi jamona, pues ya pasaba de los treinta y ocho, allí presente, nos refirieron una anécdota histórica de que no debemos privar á nuestros lectores, y que podríamos titular «la romántica curada».
Corría el año de gracia de 1836, y contaba nuestra protagonista veinte y cuatro, cuando ya se hallaba casada, y tenia dos bellos niños. Era entonces la época del mas exagerado romanticismo, y esta joven habia abrazado con ardor febril las doctrinas de Víctor Hugo, de Biron y de Dumas. No siéndole posible amar á su esposo, hombre, aunque honrado, demasiado clásico y prosaico, incendió con sus miradas de fuego á un bello doncel de color sonrosado y rubia guedeja (Dumas en Margarita de Borgoña).
Por algún tiempo vivieron ambos amantes envueltos en una atmósfera perfumada con las delicias del amor y la dicha. «Mas dicha de amor no dura.» Muy en breve el pérfido galán olvidó sus juramentos, y las dulces pruebas de ternura que profusamente se le prodigaran, y corrió á suspirar á los pies de otra muger.
Nuestra romántica se creyó en el deber de castigarse á si propia por haber entregado el tesoro de su corazón á un ingrato, y después de escribir á éste una sentida epístola en que le recordaba su ruin proceder, y otra á su ofendido esposo demandándole perdón, se vistió un trago blanco, ornó su tendida cabellera con una corona de rosas, abrazó á sus hijos, y tomando un activo veneno, y arrojándose sobre un sofá en una actitud académica, aguardó tranquila la muerto. Bien pronto comenzó á sentir los primeros síntomas del tósigo, y entonces reveló á sus camareras que iba á morir muy en breve, pues estaba envenenada. Difundióse en el instante la alarma, primero en la casa y luego en la vecindad. Uno de los parientes de la víctima logró saber cual era la botica en que se habia despachado el veneno, y corrió allá seguido de dependientes de justicia con objeto de prender al farmacéutico que habia abusado de su profesión para causar la muerte de una muger enamorada. Pero aquel, lejos de alarmarse, prorumpió en estrepitosas carcajadas. «No tenga vd. cuidado, dijo al pariente, esa señora no morirá, yo respondo. —¡Cómo!— Porque yo, que soy partidario de la doctrina de Mr. Le-Roy, creo que la enfermedad del romanticismo dependa del estómago como todas las demás, y asi la envié en vez del veneno que me pidió, una dosis considerable de «vomi y purga», que no dudo le hará pronto y saludable efecto.»
Tal suceso acreditó la verdad de la aserción del digno farmacéutico, y la discípula de Victor Hugo, curó radicalmente del romanticismo y de su insensato amor. Después fué buena esposa y buena madre de familias.
Ocho dias permanecimos en la hermosa Valencia, en esa ciudad de encantos y placeres, donde creí que mi amigo perdía el juicio por completo, porque en tan corto espacio es seguro que pasó de veinte el número de conquistas amorosas que emprendió, y si en todas ellas no fué igualmente feliz, preciso es confesar que no tuvo mucho por que quejarse. Por fin, logré no sin trabajo que se decidiera á seguirme, y pronto vimos con sentimiento desaparecer el altivo Miguelete y la multitud de torres que lo rodean, merced al rápido movimiento de la diligencia que nos conducía á Alcira.
—De todas las valencianas que dejo suspirando por mí, dijo Mauricio al cabo de un rato, ninguna me ha interesado tanto como Marieta, la hija de nuestra patrona.
—¡Marieta! pues qué ¿le has dicho amores también?
— ¿ Y eso te sorprende?
—No mucho en verdad; pero como es tan niña, y ademas no le he visto hablar con ella, sino al contrario, siempre estaba entregada á sus piadosas meditaciones sin alzar los ojos del suelo para mirarnos ni presentarse apenas delante de nosotros.
—Eso no importa, tiene ya cerca de catorce años, y está completamente formada; yo noté, desde el primer di a que me miraba á hurtadillas, y al momento comprendí que no le era indiferente… Es una huérfana muy desgraciada.
—¿Cómo huérfana? ¿pues y su madre?
— La patrona no es madre suya, fué el ama que la crió.
—¿Te ha referido su historia?
—Me ha contado lo que sabe, que no es mucho. Recién nacida la llevaron á casa de esa muger, á quien la dieron á criar, y por espacio de muchos años, el dia primero de cada mes un caballero anciano iba á verla, y pagaba una pensión decente á la patrona; pero este caballero cree ella que no podía ser su padre, porque no la manifestaba ningún afecto. Ademas, se le conocía en el pueblo como administrador de los bienes de un conde ó marqués residente en pais estraño. Un dia, cuando ya Marieta tenia diez años, este hombre, al entregar el importe de la pensión dijo que seria la última, porque habia recibido orden de suspender el pago. Las pobres mujeres recibieron esta noticia con la pena que puedes imaginar, puesto que les faltaba de pronto el único recurso con que contaban para vivir. Entonces, reuniendo los cortos ahorros que habían hecho, se vinieron á Valencia, porque vivían en un pueblo de la Huerta, á implorar el amparo de un tio de la patrona, canónigo de la catedral, y gracias á la protección de éste, pusieron la casa de huéspedes, con cuyo producto se mantienen.
—¿Y no trataron de averiguar si este marqués residente en el estrangero, era el padre de Marieta?
— Si por cierto; pero como eso marqués hacia ya veinte años que no habitaba en España, y Marieta no llegaba á esta edad ni con mucho, toda presunción era aventurada. El bueno del administrador cumplía las órdenes de su amo, de quien jamás pudo obtener la menor esplicacion. De pronto murió el marqués, y como éste no declarase nada en su testamento, respecto á la pensión que pagaba su administrador, los herederos la suspendieron, y las pobres mugeres quedaron en completo abandono.
—Pero Marta, cuando le entregaron la niña recien nacida, ¿no pudo tomar algún informe…?
—Estas gentes de aldea ya sabes que no suelen tener todo lo de Salomón; parece que una noche llegó á su casa un caballero anciano cuando hacia pocas horas que á ella se le había muerto un niño que criaba, y le entregó la niña diciendo que cuidara de ella, porque podría hacer su felicidad; que la bautizara poniéndola el nombre de María Antonia, y que no la entregase sino á la persona que le presentase la otra mitad de un papel roto por en medio, que le entregó. Diciendo esto soltó la niña el desconocido con el papel y unas cuantas monedas de oro, y desapareció como una sombra, sin que Marta pudiera alcanzarlo ni lo haya vuelto á ver mas.
—¿Has leido tú ese papel?
—Si; me le enseñó Marieta, y he sacado copia con ánimo decidido de ver si averiguo algo de la familia de esa pobre niña, porque Marieta me interesa tanto, que te juro no querer á ninguna muger en el mundo mas que á ella.
—Veamos la copia de ese fragmento, si no tienes inconveniente.
—¡Ninguno; para tí no hay secretos, ya lo sabes.
Mauricio me entregó el papel, y leí las siguientes palabras:
Esta niña es marquesa
de Dourdoza.
Nació el…
—No veo fácil, le dije después de recorrer con la vista el escrito, que con los datos que tienes logres el objeto, laudable en verdad, de volver esa niña á su familia.
—Llevo ademas el nombre del administrador que pagaba la pensión, y del marqués, su amo; y sobretodo, llevo ánimo decidido de agolar todos los recursos para alcanzar el fin que me propongo.
—Te deseo buen éxito, y en todo caso, la aventura te viene de molde á tí, que eres aficionado á las cosas estraordinarias.
Diciendo esto pasamos muy cerca de Riozafa (Ruzafa), gracioso y considerable arrabal de Valencia, poblado por nueve mil setenta y cinco habitantes, y en donde situó su campamento el rey don Jaime cuando conquistó la ciudad en 1238, y por Alfafar. Aqui, en lamisma época, encontraron los soldados aragoneses una imagen de la Virgen debajo de una campana en una hoya, y la presentaron al rey, quien ofreció erigirle una iglesia con el título de Nuestra Señora del Don, si llegaba á hacerse dueño de la ciudad, y lo cumplió. Muy inmediata y á nuestra izquierda dejamos la famosa Albufera, estenso lago al que el célebre Plinio apellidó con razón Estanque ameno.
Su circunferencia es de mas de nueve horas, ó sean seis leguas. En sus orillas se ven graciosas barracas de pescadores y una bonita iglesia, y produce gran cantidad de pesca de varias clases, como anguilas, tencas, barbos, etc. También hay multitud de aves acuáticas. Los días de San Martín y Santa Catalina presenta este hermoso lago el mas animado cuadro, pues siendo entonces libre la caza y la pesca, se ven surcadas sus tranquilas aguas por mas de seiscientas navecillas. La reunión de gente en aquellos dias pasa de veinte mil personas. Desde la antigüedad se miró la Albufera como una riquísima finca, y su posesión por lo mismo fué muy envidiada.

Después de la conquista de Valencia perteneció al rey don Jaime, el que en 1244 cedió á la orden de la Merced una parte del producto de la pesca, y dos años después señaló de lo mismo seis mil sueldos á la orden del Temple. Al cabo de largo tiempo vino á ser propiedad del conde de las Torres, luego del príncipe de la Paz, luego del real patrimonio, y por fin del infante don Francisco. Napoleón concedió al mariscal Suchet el dominio de la Albufera con el título de duque. . .»
El viaje continúa por Masanasa (Massanasa), Catarroja, Almusafes, Algemesi y Alcira.
Fotografías de portada:
- Grabado de 1845. Vista parcial del claustro gótico del Convento de Santo Domingo.
- Mercado de Valencia, grabado de Charles de Lalaisse, hacia 1850.
- Santa Catalina,1850.
- La Albufera, grabado extraído de «Recuerdos de un viage por España», Francisco de Paula Mellado.
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