- La ermita la incluimos en el recorrido que hicimos en la bella ruta del Barranc del Cint, el Alt de les Pedreres y el Mirador de las Buitreras de Alcoy, ruta que podéis ver en Wikiloc | Ruta Barranc del Cint – Alt de les Pedreres – Mirador de las Buitreras – Ermita Sant Cristòfol (ALCOY).
Alcoy tiene numerosos rincones dignos de visita, como el Barranc del Cint, el Parc Natural de la Font Roja, el Racó de Sant Bonaventura y Els Canalons, o el Molinar.
Pero si hay un lugar especialmente querido por muchos alcoyanos, sobre todo por personas que han tenido voluntad de conservarlo, ese rincón es la ermita de la Cruz, más conocida como ermita de San Cristóbal -ermita de Sant Cristòfol- y también dedicada a San Vicente Mártir, uno de los lugares más bonitos para visitar en Alcoy.
Que la ermita esté ahora así, en buen estado, es gracias, sobre todo, al buen hacer, tiempo y esfuerzo de los jubilados y personas que la han reformado y conservado, además del trabajo del artista y creativo Jesús Cees Faura, autor de los murales de arte urbano de la ermita cuya historia contaremos aquí mismo.
La Policía de la Generalitat investigó al muralista como presunto autor de un delito contra el patrimonio histórico tras pintar siete murales y la bóveda interior de la ermita de San Cristóbal de Alcoy, declarada Bien de Relevancia Local. El hombre actuó desobedeciendo la prohibición del Ayuntamiento de la localidad, que le había denegado el permiso para intervenir el recinto. El caso ya se remitió a los tribunales para su proceso judicial.
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El historiador Ramón Candelas Orgilés de Elda, en su artículo de las ermitas de la Serra Mariola, en las Jornadas del Parc Natural de la Serra Mariola, cuenta que “la Ermita de San Cristóbal y San Vicente Mártir está situada en la partida de Baradello, junto al Barranco del Cint, a 900 metros de altitud. El acceso es por senderos de montaña.
Ermita muy antigua, se dice que «La Hermita con invocación de San Cristóval, i San Vicente Mártir… (fue) fundada por los años mil i trescientos”. Tan larga historia supone un largo recorrido de penurias y restauraciones. La última en 1990 por un grupo de jubilados y pensionistas de Alcoy. Todo el material, incluidos 28 sacos de cemento de 50 kilos, fueron transportados en mochilas y a pie desde el Preventorio.
Más cerca en el tiempo, en la pasada década, hubo otra pequeña restauración.
En cuanto a sus características, diremos que es una ermita de estilo medieval, de las llamadas “Ermita de Reconquista”. Planta rectangular, cubierta sobre arcos diafragmas ojivales y testero recto. Se precede de un pórtico, orientado al este, con un arco de medio punto dovelado formado por sillares. El lado izquierdo de la ermita, en el que se eleva la espadaña, se asoma al abismo, sobre la ciudad de Alcoy. En el testero una cruz de piedra de mampostería hace de rústico retablo. Al lado izquierdo una pequeña hornacina con una imagen de San Cristóbal, donada por los descendientes de los últimos ermitaños.
Junto a la ermita se instaló a principios del siglo XX una cruz de hierro a iniciativa periódico liberal «Heraldo de Alcoy» en 1903. Demolida en 1936, fue levantada de nuevo en agosto de 1960, gracias a una suscripción popular del periódico CIUDAD.
Las dificultades del acceso hacen esta ermita poco propicia a celebraciones, no obstante, ya de antiguo se hacían romerías…en particular el día de San Vicente Mártir su segundo titular, a 22 de enero. Aún hoy, se celebra una «rostida» muy concurrida».
La ermita es un lugar digno de visita en el que, por suerte, muchas personas han dedicado tiempo y esfuerzo trabajando duramente para recuperar y conservar el templo. Por favor, respetad la zona, la ermita y el entorno. No dejéis basura. No dañéis la ermita. Respeto.
Sobre la ermita, escribió bellas palaras el gran artista alcoyano Manuel Solbes Arjona, diciendo:
«Antes de que ustedes empiecen a trastabillar con las palabras para confundir los conceptos, debemos comprender como la naturaleza artística se expande independiente a sus consecuencias. Más arriba del Preventori d’Alcoi, en la Serra de Mariola a unos novecientos metros de altura, hay una mínima Ermita con una enorme cruz de hierro a su izquierda. Era un vestigio desvencijado por la indiferencia general.
Unos jubilados amantes de la naturaleza la restauraron según sus posibilidades, ya por sí precarias. Tuvieron que subir los materiales a pie y a duras penas por un sendero muy empinado. No hay una devoción especial hacia ella ni se realizan cultos. Vivió su auge en los siglos XIV-XIX con ermitaños homologados por la iglesia, luego fue desmoronándose hasta que hace pocos años unas manos anónimas la recuperaron por méritos propios.
Nada especial, pero desde allí se contempla un ecológico paisaje y a la carismática ciudad de Alcoy mientras nos comemos un bocadillo para así restaurar el cuerpo tras la caminata.
Bien, el pintor Jesús Cees Faura está obsesionado por añadirle a la Ermita el misterio creativo y ha hecho lo posible para que se le concediera un permiso, varias veces denegado con excusas como: “Hay que hacer unas radiografías a las paredes para ver si es la cueva de Aladino”. El artista no pedía subvenciones (no hubiese estado de más), solo pintarla. Cansado de tantas trabas, por su cuenta y una economía rayando la nada, decide hacerlo asumiendo las consecuencias.
He seguido día a día esa odisea casera contada en directo por el pintor. Es muy amigo mío y admiro su enorme pasión por la pintura y también sus obras. Los últimos meses, en plena pandemia, se levantaba a las 5 de la mañana, cargado con una mochila de siete kilos, con los materiales del pinturero, salía desde su pequeño estudio en la calle Forn del Vidre en el Partidor y caminaba hasta el Preventorio para luego arrampicarse hasta la Ermita. Ya por eso tenía mi absoluta admiración. Sus alucinantes encuentros nocturnos estaban revestidos de mística (no de religión) y reflejaban el motivo de su entrega.
Uno de ellos es el siguiente: “Estaba subiendo por un atajo y la niebla difuminaba la perspectiva. De repente, entre unos árboles, vi un informe figura con los brazos levantados. Al recuperarme de mi sorpresa, me di cuenta de que un macho cabrío, con unos enormes cuernos, estaba plantado con dos patas frente a mí mientras su familia circulaba por detrás: nos quedamos mirando y dando un salto desapareció”. Otro, “Vino un señor muy correcto con una fotografía de una hija suya que había muerto muy joven y me dijo si la podía pintar en algún sitio”; “Un abuelo me dio cinco euros para comprar aguarrás”; “El búho sobre la barandilla observando cómo yo pintaba por la noche con una linterna en la cabeza”. “El buitre en lo alto de la enorme cruz durante horas”; “Las numerosas visitas y los niños sin decir nada, ensimismados”; “Los jubilados hicieron piña conmigo al ver como su Ermita, restaurada con sus propias manos, tenía la decoración adecuada a tan alto protocolo ingenuo y me dieron la llave de una pequeña alacena donde podía guardar los materiales para no tenerlos que subir y bajar”.
Todo eso me alucinaba y más al ver las fotografías diarias de su trabajo. Allí estaban el ermitaño arrodillado y la niña con el mundo y la cabra montés y las flores abriéndose como abanicos al atardecer, y las vidrieras claro-oscuras, es decir, un homenaje al entorno, a la ecología y a la mística creativa. Todo junto, en veneración al privilegio de un artista, muy por debajo de sus posibilidades económicas, dándonos el regalo, la gratitud de un gesto que una sociedad coherente no puede olvidar por su valentía y dignidad. Todo lo demás queda en el vericueto de la opinión y ahí si me sulfura la ignorancia de algunos “rumias”: “Que si él es libre de pintar eso, también lo soy yo para volverla a pintar de blanco”. “Que si es demasiado moderno”, “Que si esas no son las formas”. ¿Y las iglesias pintadas de los primeros cristianos, y las de Armenia, las de Rumania, las románicas? No todas van a ser Capillas Sixtinas.
Total, cuando estaba pintando el techo encima de una precaria escalera, a unos cinco metros de altura, se pegó un batacazo contra el pétreo suelo. Y menos mal que pudo apoyarse con las manos, de lo contrario se mata, pero se rompió las muñecas: “Vino a por mí un helicóptero y colgado de una cuerda, en pleno vuelo mientras me subían, contemplé la ciudad allá abajo, de ahí a Alicante. Luego, en ambulancia hasta el hospital de Alcoy donde me operaron de urgencia y vuelta a casa de mis padres…Me han puesto clavos en las muñecas y… ¡quiero acabar de pintar la Ermita!”.
Demasiada belleza siempre atraerá al oscurantismo, pero debo decir que ese sitio, ya con su leyenda incorporada, será con el tiempo, lugar de culto para todos los que amamos la singularidad del comportamiento artístico en unión con la sociedad donde intentamos expresar sentimientos.
Jesús Cees se merece una muy alta estima por su contribución (gratuita) al patrimonio y esa Ermita de Sant Cristòfol d’Alcoi, que será sin dudas un imán espiritualmente ecológico con el pasar de los años».
Manuel Solbes Arjona.
No deberías jalear un acto vandálico como este camuflado de arte. Existen elementos que deben respetarse y dejarse tal cual. Se debería repintar de blanco para devolverla al estado sobrio original y sancionar a dicho personaje.
Aquí no jaleamos nada, simplemente damos conocimiento de un espacio recuperado y de una actuación (valorable de manera subjetiva pudiendo ser positiva o negativa desde el punto patrimonial) en la que el Ayuntamiento lleva años de desidia y abandono. Las administraciones públicas, tal y como dicta la Ley del Patrimonio Valenciano, tienen obligaciones sobre los bienes catalogados en su término (recogidos en el catálogo municipal y en el de la Generalitat). Durante décadas no han hecho nada, sino que han actuado gente mayor, jubilados, recuperando esta ermita que estuvo a punto de caerse en pedazos. Esta persona ha contribuido al mantenimiento de ese espacio, al que mucho aprecio le tienen los alcoyanos. Cuando no tienes ni idea de nada, como es el caso (además comentando desde el anonimato con un perfil y correo más falso que una moneda de 4 céntimos), pasa lo que pasa. Buenas tardes.